ARYASURA:  del Jatakamala (La Tigresa)

 

Ya en sus anteriores encarnaciones el Señor acostumbraba a mostrarse pródigo en su amor desinteresado hacia todos los seres, identificándose él mismo con cada uno de los seres vivos. Y por esto es por lo que tendríamos que tener una completa fe en el Señor Buda.

 

La tradición nos habla de una particular hazaña realizada por el Señor, en una encarnación previa; y esta historia me fue relatada por mi propio maestro, un maestro de las Tres Joyas del Budismo, un maestro por su propia vida recta, y por su gran cantidad de virtudes.

 

Mientras aún era un bodhisattva, el Señor había bendecido a la humanidad con un gran caudal de amabilidad: dio con generosidad, hablo con amor, y propició la bondad. Todo esto seguía al voto supremo que él había tomado, y estaba garantizado por su sabiduría.

 

Se dice que había nacido en una gran familia Brahmín, que había logrado su eminencia simplemente contentándose con realizar los deberes que se esperaba de ellos, y llevando una vida sobria. El recibió las ordenaciones tradicionales con sus diversos ritos desde su nacimiento, los cuales marcaron su desarrollo.

 

Su inteligencia natural y su especial instrucción, su sed por el conocimiento y su amor por el trabajo, pronto hicieron de él un maestro en las dieciocho ramas del conocimiento, y todos estos conocimientos no eran incompatibles con su posición familiar. Entre los brahmines era venerado como si fuera el Veda; entre las clases gobernantes era honrado como si fuera un rey; a la gente común les parecía Sakra en persona; y para aquellos que buscaban el conocimiento era como un padre. Su buena fortuna, y sus relevantes cualidades personales le aportaron un considerable respeto y reputación, a la vez que recompensas materiales.

 

Pero el Bodhisattva no encontraba placer en todo ello, implicado como estaba en el sendero de la renunciación, y completamente absorto en el estudio del Dharma. Para alguien cuya consciencia ha llegado a ser perfectamente clara en el curso de sus vidas anteriores, los placeres mundanos solo le parecían males. Por lo tanto, él cortó con las ataduras mundanas y fue a buscar un lugar de retiro solitario.

 

Allí, con una objetividad y una serenidad que habían sido perfeccionadas por la sabiduría, él parecía casi censurar a la humanidad, cuyos persistentes comportamientos equivocados la apartaban de la paz mental del sabio. Su agradable presencia tenía un efecto calmante en las bestias salvajes, quienes dejaban de atacarse unas a otras, y parecían empezar a vivir como ermitaños. Porque era tan evidente su bondad, su auto disciplina, su contentamiento, y su compasión, incluso los extraños sentían afecto por él, de la misma forma en la que él la sentía por ellos. Sus necesidades eran tan escasas que en su inocencia, no aprovechaba su estatus de santidad para obtener ventajas. Sin ningún género de dudas, él se había apartado tan completamente de cualquier deseo de fama, de fortuna, o de confort personal, que los dioses buscaban el favorecerlo. Los hombres oyeron que él había renunciado al mundo, cautivados por sus buenas cualidades, abandonaron familia y posesiones para ir a él en busca de instrucción, como si en esta estuviera el gozo último. El imprimió en sus discípulos la necesidad de comportarse con integridad, de cultivar su moralidad, de no permitir que su atención fuera distraída, de ser imparciales, y de concentrar sus pensamientos en la amistad y en las demás virtudes.

 

Sus discípulos habían crecido en número. La mayor parte de ellos habían logrado la perfección. El sendero hacia la iluminación había sido extendido, la humanidad estaba en el camino correcto de la renunciación. La puerta hacia la perdición estaba cerrada, las vías hacia el gozo estaban abiertas en toda su amplitud.

 

Entonces fue cuando el Noble partió con Ajita (Maitreya), que en aquel tiempo era su discípulo, para disfrutar del mundo que lo rodeaba. Sus pasos lo llevaron a través de los pequeños valles y las espesuras que son propicias para la meditación. Allí, en una cueva de la montaña, supo de una tigresa que estaba tan afectada por los esfuerzos del parto que, en su debilidad, era incapaz de moverse. Sus ojos estaban hundidos por el hambre, y miraba a sus cachorros, sus propios vástagos, como si fueran comida; al tiempo que ellos, confiando en su madre y sin ningún temor, se acercaban a ella, sedientos de leche.

 

El bodhisattva permaneció calmo al verla, pero la compasión ante el sufrimiento de otra criatura lo hizo estremecerse como al Himalaya en un terremoto. Es remarcable como los compasivos afrontan con valor las cosas cuando son ellos quienes las padecen directamente, pero tiemblan ante el sufrimiento de los demás, aún siendo leve.

 

Puesto que la emoción dio énfasis a sus palabras, el Bodhisattva le habló a su discípulo en un tono que por la fuerza de la compasión fue dominado, pero que también mostraba su carácter excepcional:

Mi querido hijo, mira que fútil es esta ronda del nacer y el renacer. La desnutrición fuerza a esta bestia a romper las leyes del afecto. Aquí está, lista para devorar a sus propios retoños. ¡Oh, qué fiero es el instinto de conservación! Tanto que una madre puede estar deseando comer a sus propios hijos. ¿Cómo puede uno permitir que esto continúe, este amor al ego que propicia tales atrocidades? Ve rápidamente, y busca donde sea algo para aplacar su hambre, antes de que ella cause daño a sus pequeños o a ella misma. Mientras tanto yo intentaré también disuadirla del empleo de la violencia”

 

Ajita prometió hacerlo, y salió en busca de comida. Después de despachar a su discípulo con este pretexto, el bodhisattva comenzó a reflexionar: “¿Por qué buscar la carne de cualquier otra criatura cuando todo mi cuerpo está disponible en este preciso momento? Es cuestión de suerte el que el chico tenga éxito en la búsqueda de carne, mientras tanto yo estoy perdiendo una oportunidad para actuar. Además, este cuerpo no es más que un montón de materia. Es frágil, carente de substancia, una cosa miserable y desagradable, siempre impura. Solo hay dos razones por las que uno no ayuda cuando algún otro está en dificultades: el apego egoísta al bienestar propio, o la absoluta impotencia. Pero yo no puedo ser feliz mientras que aún haya alguien que no lo sea. Y de todas formas, ¿cómo puedo no darme por enterado si está en mi mano el ayudar? Suponiendo que hubiera unos criminales hundidos en la abyecta miseria, y yo no me diera por enterado, aún cuando pudiera ayudarlos, sería lo mismo que cometer el crimen. Yo me consumiría con el remordimiento, lo mismo que la madera seca durante un incendio en el bosque. Ahora, supongamos que yo caigo desde esta ladera de la montaña; mi cuerpo muerto podría servir para impedir que esta criatura matara a sus hijos, para salvar a los cachorros del avance de su madre. Y lo que es más, esto sería un ejemplo para quienes se esfuerzan por el bien del mundo, un acicate para aquellos que titubean, un deleite para aquellos que son duchos en la práctica de la generosidad, un poderosos atractivo para los corazones generosos. Ello traerá la desesperación de las numerosas huestes de Mara, el gozo para aquellos que aprecian las excelentes cualidades de un Buda, y sería una fuente para la vergüenza de aquellos que están enredados en sus propios intereses, y para aquellos cuyas mentes están destrozadas por la codicia y el egoísmo. Inspiraría confianza en aquellos que siguen el Mejor de los Caminos (Mahayana) y llenaría de confusión a aquellos que se burlan de la renunciación. Mostraría claramente el amplio camino hacia el cielo, y complacería a todos aquellos hombres de corazón generoso. También podría yo realizar así mi sueño de ser útil a los demás algún día, aún a costa de mi propia vida, y así estar más cerca de la Iluminación. Además, ningún deseo o ambición de fama, ni aspiración por alcanzar el cielo, o por alcanzar la posición social de un rey, ni tampoco el lograr el gozo eterno, son los que guían mi interés; nada, excepto el deseo de asegurar el bienestar de los demás. Haciendo esto yo puedo lograr el poder de traer siempre la felicidad a la humanidad, y al mismo tiempo de eliminar sus pesares, lo mismo que la luz del Sol tiene el poder de iluminar y de desaparecer la oscuridad. Tanto que sea visto, oído, o recordado, o que se hable de mi como resultado de un contacto personal, que pueda beneficiar yo de todas las formas a todos los seres, y asegurarles una felicidad perfecta.”

 

Tras tomar esta decisión de ser útil a todos los seres, incluso a consta su propia vida, sintió surgir en él el gozo, dejando estupefactas incluso a las calmadas mentes de los dioses, al arrojarse al precipicio.

 

El sonido del cuerpo del bodhisattva al estrellarse contra el suelo, hizo que surgieran la curiosidad y la impaciencia de la tigresa. Cuando estaba a punto de devorara a sus hijos, se detuvo, miró a su alrededor, y al ver el cuerpo sin vida, se abalanzó sobre él, y comenzó a devorarlo.

 

Mientras tanto su discípulo, que de hecho no había encontrado comida, había retornado, y se estaba preguntando donde podría haberse ido su maestro. Según estaba buscando, vio a la tigresa estar comiendo el cuerpo del bodhisattva. Pero asombrosamente no surgió ningún sentimiento de pena o de dolor al contemplar tan insólito hecho.

 

Había algo en su interior que le hablaba de la bondad del bodhisattva con estas palabras:”¡Oh, Qué compasión ha mostrado el Noble para con aquellos que sufren, qué indiferencia hacia su propio bienestar! En él, la noble conducta ha alcanzado su apogeo, mientras que la fama y la gloria de sus adversarios ha sido destrozada. ¡Oh, qué amor supremo ha mostrado, valiente, sin miedo, y lleno de bondad! ¡Oh, cómo este cuerpo que carece de valor, es ahora objeto de la mayor estima! Gentil por naturaleza, y tan firme como el suelo, ¡que intolerables eran para él los sufrimientos de los demás!¡De qué forma esta acción tan valiente muestra mi propia inconsistencia. Verdaderamente, no hay necesidad de que el mundo esté afligido cuando tiene un protector como este. Bien puede Mara temer su derrota. Supremo homenaje a este Ser Bendito, que es el refugio de todos los seres, cuya compasión es ilimitada, cuya bondad es inmesurable, el cual es un Bodhisattva para el beneficio de todo el mundo”

 

Entonces el informó a los restantes estudiantes de lo que había sucedido. El asombro se plasmó en los rostros de todos aquellos discípulos, y en toda la jerarquía de los seres cuando oyeron hablar de esto. Y la tierra que contenía el tesoro de sus huesos fue sembrada de guirnaldas, de finas vestimentas, de adornos, y de polvo de sándalo.

Así, recordando como ya en sus vidas anteriores el Bhagavan había colmado de atenciones a todos los seres de forma desinteresada, identificándose él mismo con cada uno de ellos, uno debería de tener una fe plena en el Señor Buda.

 

Trad al castellano por el ignorante y falto de devoción upasaka Losang Gyatso.